Mientras conducía a mi trabajo pensaba en lo fundamental que es la lealtad para el hombre de hoy, pero pensaba que ese valor no podía disociarse de los principios. Vivimos en un mundo donde las lealtades suelen medirse en función de la conveniencia o de intereses circunstanciales, pero pienso que es importante recordar que la verdadera lealtad no es solo un compromiso con los demás, sino, ante todo, con la propia conciencia. La lealtad auténtica no se trata simplemente de fidelidad a personas o instituciones, sino a los principios que dan sentido a nuestra existencia.

Ser leal significa ser coherente con lo que uno cree, con lo que ha decidido asumir como verdad. Por eso, la lealtad no puede separarse de la moralidad, pues solo es genuina cuando está alineada con valores profundos y sólidos. Una lealtad ciega o meramente emocional puede conducir a la complicidad con lo incorrecto, mientras que una lealtad bien fundada se convierte en un faro que guía nuestras decisiones, incluso en momentos de adversidad.

En este sentido, la lealtad debe ser primero hacia los principios. No se trata de aferrarse tercamente a una idea, sino de reconocer cuáles son esos valores irrenunciables que definen nuestra integridad. Quien traiciona sus propios principios no solo se engaña a sí mismo, sino que se despoja de aquello que lo hace verdaderamente libre. La lealtad a los principios nos permite mantener la dignidad incluso cuando el entorno nos presiona a ceder.

Cosas terribles te pueden suceder si eres honesto con tu conciencia, te pueden despedir del empleo, puedes caer mal a otros, incluso puedes ser odiado, pero la fidelidad a la propia conciencia bien formada te dará la máxima satisfacción de la vida. Traicionar esos valores es propio de quienes privilegian lo inmediato sobre lo trascendente, de aquellos que, por comodidad o miedo, deciden acomodarse a lo que dictan las circunstancias. Pero la historia nos muestra que los grandes hombres y mujeres que han dejado huella son aquellos que fueron leales a sus principios, aunque ello les costara sacrificios. Como cuando un padre pobre sabe que lo poco que les da a sus hijos ha sido fruto del trabajo humilde pero honesto y no mal habido. O como cuando plantas caras a quien te solicita aceptar como bueno lo malo a cambio de seguir dándote favores. ¡Eres un verdadero héroe! La lealtad, en su esencia más pura, es un acto de valentía.

En la imagen, el padre Francisco Vera enfrenta la muerte con serenidad en 1927, durante la persecución religiosa en México. Su delito: ser fiel a su conciencia. En este testimonio de fidelidad hasta el último instante, encontramos la esencia de la verdadera lealtad, aquella que no se quiebra ni ante la amenaza del fusil. Al final, lo que realmente nos define no es cuánto vivimos, sino por qué vivimos y, si es necesario, por qué estamos dispuestos a morir. La pregunta que cada uno debe hacerse es: ¿a qué soy realmente leal? ¿Mis compromisos reflejan mis convicciones más profundas o responden a meros cálculos de conveniencia? ¿Mi actitud leal a mis principios inspira y motiva mi entorno?

Fin del recorrido, estoy llegando a mi lugar de trabajo. A ver si hoy puedo seguir creciendo en lealtad a esas convicciones.

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